En los pasillos del Antiguo Hospital Civil de Guadalajara 'Fray Antonio Alcalde' cada jueves se distingue un grupo de mujeres vestidas con una bata azul. No son médicas ni enfermeras, pero su presencia alivia, consuela y en muchos casos devuelve la esperanza. Desde hace más de siete décadas, las Damas Pro Hospital han acompañado a pacientes sin recursos, enfermos desahuciados y familias desesperadas, con un solo propósito: servir con fe y amor al prójimo.
Ellas son el voluntariado más antiguo del nosocomio y su grupo fue creado en 1948. Actualmente, está integrado por 35 mujeres, cada una con una experiencia de vida, de fe y de entrega al servicio de los demás.
Luz María Corona es la decana del grupo al cumplir 69 años de formar parte de la asociación.
“Llegué aquí en 1956, invitada por la madre Carmen Aldape, que fue la fundadora, y desde esa fecha aquí estamos trabajando. Recuerdo que en ese tiempo el hospital estaba muy mal en el sentido del aseo; no es el mismo que tiene ahora. Las camas estaban muy pobres, las sábanas muy percudidas, y poco a poco lo fueron reformando. La madre Carmen contribuyó mucho a mejorar el hospital. Nosotros apoyábamos directamente a los enfermos, ayudándoles en sus necesidades. Un apoyo muy grande que hicimos fue un maratón de tres días y tres noches, fue un maratón radiofónico en 1957. Salíamos hasta los pueblos que nos llamaban para darnos donativos, y con ese dinero se arreglaron parte de los quirófanos y otras cosas del hospital”, recuerda.
 
	Siete décadas de servicio y fe
Desde hace casi siete décadas, ella recorre sin falta los pasillos del hospital cada jueves. Hoy lo hace con paso lento, pero con la misma determinación de siempre.
En su memoria guarda cientos de historias que la marcaron: “Una persona estaba en la sala de varones, tenía gangrena en un pie y sufría un dolor muy fuerte. No se dejaba amputar, así que yo venía todos los días a convencerlo. Lo logré, pero me pidió que estuviera presente cuando se la amputaran. Cuando salió me dijo: ‘Esa pata yo se la regalo’. Diario me preguntaba ‘¿y mi pata?’. Yo le decía: ‘Ahí la tengo en la casa’. ‘Ah bueno —respondía—, ahí se la encargo’”.
Madre de tres hijos y abuela de siete nietos, Luz María asegura que continuará su labor mientras su cuerpo se lo permita. “Tengo una doctora geriatra que me checa, y una de las cosas que me dijo fue que no dejara de venir al hospital”, comenta con una sonrisa.
“Los enfermos nos dan cátedras de vida”
Otra de las damas de la bata azul es Graciela Hernández, voluntaria desde hace casi dos décadas. Aunque su salud se ha visto afectada por el cáncer, sigue firme en su compromiso.
“Nosotras éramos un grupo de 12 señoras que estábamos en un taller de oración. Un sacerdote nos dijo: ‘Mucha oración, pero nada de apostolado’. Entonces una de las compañeras se puso en contacto con el grupo del hospital y luego, luego nos recibieron. Nos pusimos a trabajar, teníamos una bodega y un bazar; llevábamos todo lo que podíamos: ropa, sillas de ruedas, andaderas. Todo lo que nos regalaban lo traíamos para el bazar”, dijo.
Graciela recuerda su primer recorrido sola por el hospital como una experiencia que la marcó profundamente.
“La señora Elba Ramírez, que era la presidenta, me mandó al quinto piso de nefrología, ahí estuve 12 años. Yo tenía un hermano enfermo de los riñones y aprendí mucho, empecé a entender el proceso de los pacientes. El primer día que fui sola, una enfermera me dijo: ‘Ándele, entre’. Entré al cuarto y vi a un muchachito tendido, ha de haber tenido 14 años, acababa de morir. Me quedé paralizada, no sabía qué decirle a la mamá. Entonces tomé su mano, hicimos oración, y ella empezó a contarme lo que había pasado y el problema que tenían para pagar el traslado del cuerpo. No eran de aquí”.
Historias que dejan huella
Graciela y sus compañeras visitan a los enfermos, y durante la entrevista viene a su memoria otra historia impresionante.
“Un caso que me impactó fue el de un muchacho al que su papá le donó un riñón. Lo vi recuperarse poco a poco, pero cuando su hermano vino a visitarlo, cayó muerto en el cuarto, instantáneamente. Fueron momentos muy duros. Después los padres regresaron para agradecerme con una carpeta bordada. A través de una amiga conseguí que unos contadores los apoyaran económicamente un año. Son cosas que de veras que Dios nos manda”, señaló.
Entre los pacientes a los que Graciela ha acompañado hay personas de todo el país, incluso presos. “Había enfermos de Puente Grande, los tenían encadenados en la cama. Se me hacía muy duro eso. En la enfermedad, uno veía cómo se les movía el corazón. Muchos no tenían quién les donara un riñón, y a veces, cuando regresaba al siguiente jueves, ya habían fallecido”.
 
	Una vida entregada al servicio
Su enfermedad la obligó a dejar las salas, pero no el servicio. “El venir al hospital es parte de mi vida. Me retiraron por el cáncer, y le pedí al doctor que me dejara volver. Me dijo: ‘Por ningún motivo’. Viví un duelo, porque mi vida es venir al Civil. Ahora sigo apoyando desde la casa de las Madres: ayudo con las ventas, los registros, lo que se necesite. De verdad, uno se enamora de la obra de Fray Antonio. Te das cuenta de que los enfermos son los que te enseñan, ellos nos dan cátedras de vida”.
La obra de Fray Antonio sigue viva
Por su parte, la presidenta de Damas Pro Hospital, María Eugenia Ramírez Martell, recuerda que la asociación nació cuando en Jalisco había alrededor de dos millones de habitantes y el Hospital Civil atravesaba una situación difícil.
“Había muchas personas sin seguridad social y varias epidemias. La madre Carmen Aldape de Rosales, administradora del hospital, junto con la esposa del gobernador González Gallo, fundaron la asociación con señoras de la sociedad para apoyar a los enfermos en la parte emocional, espiritual y económica, porque muchos no tenían dinero para medicamentos ni tratamientos”.
Mujeres que acompañan y alivian
Actualmente, la agrupación está integrada por 35 mujeres que cada jueves recorren el hospital.
“Vamos cama por cama, viendo cómo está el paciente, cómo se siente, platicamos con ellos. Hemos encontrado personas abandonadas, adultos mayores y bebés que el DIF resguarda. Les ayudamos con lo que necesitan”, explica la presidenta.
Añade que “cuando hay personas mayores que están solas, tratamos de conseguirles los medicamentos, pañales o ropa. A veces, cuando los enfermos se recuperan y salen del hospital, no tienen nada porque su ropa se perdió en el accidente. También apoyamos con pasajes, porque muchos vienen de fuera y no pueden regresar en camión; a veces pagan un taxi y nosotros les ayudamos”.
Una bata azul que simboliza amor y esperanza
Las Damas Pro Hospital A.C. operan gracias a voluntarios y a donaciones de pañales, artículos de higiene, sillas de ruedas y aportaciones económicas.
“Conseguimos dinero de todos lados, hacemos llamadas, rifas y eventos para recaudar fondos. Gracias a Dios, poco a poco vamos saliendo adelante”, señala María Eugenia.
Las voluntarias siempre visten una bata azul que las distingue y las identifica como símbolo de servicio.
“Invitamos a las señoras y jóvenes que quieran unirse. Es difícil, pero es una obra hermosa, un apostolado que da muchas satisfacciones. Siempre hay trabajo y necesidad en el Hospital Civil: alguien que necesita ser escuchado, comprendido, abrazado y orar por él”.
¿Cómo apoyar?
Si deseas apoyar con tu tiempo o realizar un donativo, puedes comunicarte al teléfono de la asociación: 01 33 1219 5901.
MC
 
	 
	 
	