Cultura

Un paseo por Tacubaya con la obra de Juan Segura

Crónica

El barrio hacia el cual se proyecta el sur de la Ciudad de México ingresó a la modernidad en la década de 1930 luego de poner en marcha grandes proyectos habitacionales.

Llegar a Tacubaya es como entrar a otros mundos: uno compuesto de mucho bullicio y colorido, y otro en el que, al caminar por algunas de sus calles, se experimenta gran tranquilidad, silencio y una mediana seguridad, como cuando la zona era considerada las afueras de la Ciudad de México y cuando el país tenía apenas 16 millones 522 mil habitantes, es decir, allá por la década de 1930. Todo depende de por dónde llegues.

Algunas de las opciones empiezan por las salidas de la estación Tacubaya del Metro y son distintas dependiendo de la línea: la café o 9; la naranja o 7; o la rosa o 1, esta última flamantemente lenta, con cero señal telefónica, sin acceso a internet, aunque, eso sí, con fachada nueva (el rosa les quedó bien y el anuncio de la estación tiene bonita letra).

Por donde decidas salir de ese laberinto llamado Metro y en el que quienes hemos caminado subterráneamente a veces nos perdemos (aunque lo hayamos recorrido un sinfín de veces), tu experiencia será distinta. Si sales por la puerta que anuncia la avenida Río Becerra, prepárate para subir los más de veinte escalones de una pronunciada escalera, y salir ahogándote del cansancio para toparte con un estruendoso ruido de coches circulando por la calle Parque Lira. Después de sortear paraderos de camiones y perderte entre puestos de fritangas y chucherías, de pasar frente al mercado y una tienda departamental, cruzarás la calle Antonio Maceo, y entonces casi te transportarás a la modernidad de 1930 impuesta por el arquitecto de educación francesa Juan Segura, a un México en “renacimiento”, como lo llamaría Vasconcelos, con una clase media “aspiracionista” en busca de servicios y vivienda (coincidencia con el año 2025, en que comprar casa es un derecho —casi— negado), y quizá te acuerdes que por esa década, en 1939, apareció el poema de José Gorostiza Muerte sin fin. Mirarás el edificio Ermita, con su beige casi perfecto —depende de la hora y de cómo le esté dando la luz—, sus terminados sencillos y elegantes, sus muchas ventanitas, y contarás sus siete pisos; verás sus puertas con enormes arcos y su nombre sobre uno de ellos. Una proyección del tiempo pasado que, en palabras de Juan Segura, utilizaba por sus “curvas, [el] uso del compás y las ideas del volumen [...] curvilíneo”. El tipo de lenguaje arquitectónico que Segura intentó comunicar fue “mexicano, moderno, económico y personal”, nos cuenta Xavier Guzmán Urbiola en su libro Juan Segura, editado por la Colección Arquitectos Mexicanos.

Ese espacio diseñado por Segura fue más allá del estilo art déco, pues más bien lo retomó para crear su propia personalidad, en la que combinó lo antiguo y lo moderno (y más modernos no podrían ser sus departamentos de 28 metros —desde entonces el espacio ya iba a la baja—).

Al arquitecto Segura, la Fundación Mier y Pesado, que se creó en 1917, le dijo que tenía una bola de terrenos donde debía reinvertir el dinero para sostener las obras de beneficencia que le habían encargado a partir de los testamentos de Isabel Mier y Pesado, Luisa de Mier y Celis, y su esposo Isidoro de la Torre y Carsi. La Fundación tenía que hacer rentable el negocio y dio luz verde a Segura. En 1928, en el pueblo de Tacubaya, le mostró un terreno de 33 mil 375 metros cuadrados que había pertenecido a la familia Mier y Celis. Urbiola ha dicho que ese terreno “era tan grande como la Alameda Central”, y describe que la casa tenía un “jardín interior espacioso, con arco triunfal en su acceso, un bosque pequeño, un fresno gigante, un lago, un canal, fuentes, unos baños con su manantial propio, quioscos, un invernáculo, una columna meteorológica, una casa señorial, caballerizas y dos capillas”. Juan Segura contó en una entrevista de 1980 que fue él quien ordenó Tacubaya y creó los programas para empezar a desarrollar las construcciones. Fue por ello que pidió a la Fundación Mier y Pesado que cediera al gobierno del entonces Distrito Federal 22 metros de la calzada Juárez (hoy avenida Revolución) y en total 9 mil 306 metros cuadrados: visionario, comprendió que la ciudad se extendería “desde el Centro de Chapultepec hacia Tacubaya y de ahí hacia el sur, a Mixcoac y San Ángel”. Fue Segura quien dijo que lo perdido sería retribuido con la “plusvalía de los terrenos” y estarían ubicados en una gran avenida de treinta metros de ancho. Y sí, es lo que hoy atravesamos con paso acelerado y mirando a todos lados, la avenida Revolución con sus entrecruces, sus coches yendo y viniendo, los semáforos y el metrobús a toda velocidad, como si tuviera por objetivo atropellarte.

Pero el arquitecto no se detuvo ahí y trazó la calle de José Martí, que quedó perpendicular a la avenida Jalisco y Revolución, a la que también proyectó como lugar de negocios. Y de los 24 mil y fracción metros de terreno, delineó también las calles Antonio Maceo y Progreso, quedando así alrededor de cinco manzanas. En el cruce de Martí y Revolución levantó el edificio Isabel sobre un terreno de 5 mil 500 metros cuadrados que, una vez terminados, tenía 14 mil metros cuadrados diseñados para la venta, y había construido “32 casas, 15 departamentos y 23 comercios”. Era un condominio aislado del ruido exterior. Urbiola, también doctor en Historia, identifica en esa construcción “líneas expresionistas, arcos, acróteras, mosaicos decorativos, pérgolas y un relieve cuyo tema son ‘burbujas en el mar’ ”, con casas de hasta “cuatro recámaras, terraza y costurero” y baño privado para cada vivienda, agua corriente y potable, y tinacos: “ningún metro ni un rayo de sol desperdiciados”. Lo que Urbiola dice es que incluso en la luz había un toque artístico.

Tú, que has llegado hasta ahí, deberás saber que sobre Progreso, una de las calles que rodea la obra, existió un cine, el Jalisco. De un lado pasaban los autos y del otro los tranvías eléctricos. Y del lado de la calle Revolución y la de Jalisco estaba un gran letrero de gas neón, de los primeros, que anunciaba al Cine Ermita. Inaugurado en 1936, fue el primero en tener un equipo de sonido de la marca Western Electric (el Vitaphone, que levantó de la crisis a la Warner Brothers al apostarle a las películas sonorizadas en 1926), adquirido en Estados Unidos el 24 de marzo de 1933. La Fundación envió a Juan Segura a Chicago y Nueva York un año antes a comprar la instalación del centro de entretenimiento. El cine, cabe decir, ofrecía 2 mil 594 asientos, “hidrantes contra incendios”, ventilación, y contaba con una isóptica adecuada, gracias a la forma trapezoide del terreno.

En la esquina hubo un café donde servían desayunos económicos, y en el cruce de avenida Jalisco y Revolución existió hasta 2021 una Farmacia del Ahorro (Juan Segura había imaginado colocar un banco), pero antes había una tienda de zapatos de una marca, muy famosa en la segunda mitad del siglo XX, por la cual el edificio llegó a conocerse como “el Canadá”. La gente también llegó a decirle “el edificio de la Coca”, pues Coca-Cola se anunció ahí por algunos años.

El Ermita fue construido entre el 16 de noviembre de 1929 y 1935 por Juan Segura Gutiérrez, un hombre de posición acomodada, pupilo de Carlos Lazo y colaborador del arquitecto Paul Dubois, diseñador del Palacio de Hierro. La Fundación Mier y Pesado le encargó diseñar el Ermita con uso habitacional para rentar, pero inicialmente fue pensado solo como hotel, donde las cocinas no figuraban y el distribuidor interior sería un patio abierto que después fue cerrado con un tragaluz. Segura levantó 78 departamentos: 12 de 120 metros cuadrados integrados a la parte triangular y 66 arriba del cine Hipódromo (después Jalisco), de entre 28 y 43 metros. Urbiola señala que Segura retomó a Dubois en este aspecto, es decir, al implementar “viviendas obreras”. Aspecto interesante si se considera que en ese edificio llegaron a vivir el poeta y cónsul general de Chile en México Pablo Neruda y el pintor David Alfaro Siqueiros.

En 1968 el Ermita, de “expresionistas líneas”, tenía tal importancia que el Metro de la ciudad le pidió a Juan Segura los planos estructurales para estudiar su cimentación y saber qué precauciones debía tener para la construcción del Metro. El arquitecto aseguró que en las excavaciones (de Chapultepec a Tacubaya) el “edificio no se movió nada [...], ni por los temblores la estructura se ha movido”. Hizo esta declaración en 1984 y hoy el Ermita sigue en pie. La construcción funcionalista de 9 mil 370 metros cuadrados, estructura de acero y concreto, pisos de granito artificial y duela “Suchi”, está siendo remodelada por la Fundación Mier y Pesado. Hasta ahora no sabemos su futuro, pero, a diferencia de aquel 11 de septiembre de 1935 en que en el diario Excélsior la promocionaba como un “triunfo financiero, técnico, de inversión y arquitectónico”, a los locatarios que alquilaban ahí les dijeron adiós en 2020 (llama la atención que la estética, con años de estar ahí, fue la única que resistió los estragos de la pandemia).

Ángeles González Gamio escribió en 1988 que desde el siglo XIII Tacubaya estuvo poblada por tribus chichimecas y que al llegar los aztecas ayudados por Hernán Cortes fueron dominados. Cortés se apropió de esas tierras y gracias a ello se establecieron órdenes religiosas, se fundaron siete conventos y seis colegios. Pero fue hasta finales del siglo XVIII que se urbanizó y se construyeron casas de campo como la de la embajada rusa y molinos de trigo que se abastecían del agua que bajaba del manantial de Chapultepec y el Tlaxpana (Tacubaya significa “lugar donde tuerce la barranca que lleva agua”). Luego llegó la Ley de Exclaustración de los Bienes Religiosos y de ahí se obtuvieron alrededor de veinte terrenos donde fueron construidas casonas al lado de mansiones con grandes jardines, como el enorme predio, propiedad de Antonio de Mier y Celis, o lo que hoy son la Casa de la Bola —que data del siglo XVIII—, la Casa Amarilla y la casa del obispo Palafox y Mendoza en la calle Manuel Dublán y Rufina.

Así, ahora que camines por ahí, recuerda que hay mucho que no has mirado y que el barrio de Tacubaya fue elegido por el arquitecto Luis Barragán para diseñar, en 1948, una gran casa que hoy es una de las más visitadas de la zona. Pero esa es otra historia.

AQ / MCB

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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