Desde que Marina de Tavira estudiaba en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), mucho antes de decidir dedicarse al teatro, Antígona la perseguía; hallaba en la heroína griega el arquetipo femenino que se enfrenta al sistema, un personaje ético por excelencia que la inspira siempre y que sigue oyendo hoy al encarnar su versión latinoamericana, basada en las desapariciones forzadas: Antígona González.
“Yo no soy un personaje trágico, soy una persona mundana, soy una actriz de teatro, no soy Antígona para nada, pero sí podría decir que para mí hacer Antígona González responde a mi llamado ético”, explica a Milenio la actriz y productora, quien ha sufrido en carne propia la crisis de violencia en México, con el asesinato de su padre, el jurista y criminólogo Juan Pablo de Tavira, hace ya 25 años.
La pieza unipersonal, pero coral, se reestrena en El Milagro (Milán 24, Colonia Juárez), en temporada del 15 de noviembre al 7 de diciembre, con funciones de jueves a domingo, con dos miércoles: 26 de noviembre y 3 de diciembre. Después tendrá una nueva temporada en enero. Y en febrero Antígona González se irá a Madrid, para montarse en el Centro de Cultura Contemporánea Condeduque, que dirige Jorge Volpi.
Nunca antes la actriz nominada al Oscar y ganadora del Ariel en 2018 por su actuación en Roma, de Alfonso Cuarón, se había mostrado tan tensa, ansiosa o angustiada en la presentación de una obra protagonizada por ella. Su rostro parece ya estar hablando en la conferencia de prensa por las innumerables voces a las que prestará su voz en coro en ese que llama “un poema escénico” escrito por Sara Uribe.
“No estoy tratando de encarnar a un personaje como he hecho otras veces, pongamos el último, que también era griego, Clitemnestra (La niña en el altar, de Marina Carr). No me atrevería. Esto es tan fuerte, tan cercano. Si por cada persona desaparecida hay una tragedia, está toda la familia viviendo el horror, yo no me atrevería a decir que voy a hacer un trabajo actoral; yo lo que quiero es decirlo en voz alta, que se escuche. De ninguna manera quiero hacer un trabajo virtuoso ni mucho menos”, sostiene.
“Hay una frase en el texto de Sara Uribe que dice que la interpretación de Antígona sufre una radical transformación en Latinoamérica, donde Polinices, el hermano de Antígona, es identificado con los marginados y los desaparecidos. En su estudio sobre las Antígonas, George Steiner deja de lado por completo las Antígonas latinoamericanas, y a través del texto de Sara, conocí el sinnúmero de ellas, hay toda una familia de Antígonas latinoamericanas donde Antígona cobra otra dimensión”, dice la actriz.
De Tavira marca la fuerte ironía de que en Antígona la protagonista busca dar sepultura a su hermano, a pesar de la prohibición que impuso Creonte. Pero en Antígona González no hay cadáveres qué enterrar, como ocurre con las tragedias de las víctimas de desapariciones forzadas en México y otros países.
La dramaturga la acompaña en la rueda de prensa en el teatro El Milagro junto con Sandra Félix, la directora con la que debutó como actriz en el rol de Dora, en Feliz nuevo siglo, doktor Freud, de Sabina Berman, en noviembre de 2000, justo cuando De Tavira cumplía 26 años y su padre, director fundador del penal de alta seguridad de Almoloya, era asesinado a balazos presuntamente por orden de un narco.
Antígona González se reestrena ahora también en noviembre, mes de los muertos, donde en muchísimos altares en México se recordará a ya casi medio millón de personas asesinadas desde que en 2006 Felipe Calderón lanzó su “guerra contra el narcotráfico”, que sólo en su sexenio sumó 120 mil 463 víctimas, aunque en decenas de miles de hogares más, como en la tragedia griega de Sófocles, ni siquiera se podrá honrar a quienes no están: las 121 mil víctimas de desaparición forzada.
Uribe (1978) había llevado en 2012 su obra a un teatro en Tampico, dirigida por Sandra Muñoz, a quien se la comisionó después del hallazgo, en agosto de 2010, de 72 migrantes asesinados, en un rancho en San Fernando, Tamaulipas, matanza sobre la que Marcela Turati escribió en el libro San Fernando: última parada, del que De Tavira dice: “Ha sido crucial. No he leído nada más terrible en mi vida, te lo puedo decir”.
Con texto de Uribe, dirección de Félix, vestuario de Jerildy Bosch, imágenes y multimedia de Antonia Fritche y Cecilia de Tavira (hermana de Marina), y producción de Daniela Parra y la protagonista, que Fritche y Cecilia de Tavira, hermana de Marina, y producción de Daniela Parra y la protagonista, que realizó una investigación profusa sobre las Antígonas desde Sófocles a los estudios de George Steiner y Jean Cocteau, Antígona González casi es un montaje totalmente de mujeres, salvo por Víctor Zapatero en escenografía e iluminación, Alejandro Castaños, en música, y Héctor Ortega, en diseño gráfico.
La impotencia frente al horror
Dudo si ahora debo felicitarla por este papel, maestra.
No, ahora no.
Nunca la había visto tan tensa, tan angustiada en una conferencia de prensa para presentar una obra. ¿Qué pasa con Antígona González para usted?
Sí. Hay algo que dice Sara sobre su texto: que es una obra que no quisiera haber tenido que escribir. Me pasa un poco lo mismo, es una obra que no quisiera haber sentido la necesidad de hacer. A pesar de que, para mí, hacer teatro siempre es un motivo de gozo y de celebración, esta vez es diferente: es algo que no puedo no hacer. No tiene casi nada que ver con un logro artístico o con una investigación profesional de algo que quiero trabajar como actriz; tiene mucho más que ver con la impotencia frente al horror y con la necesidad de hacer algo. Y como solo sé hacer teatro, pues lo convertí en teatro.
Con Sófocles, Antígona se enfrenta al poder, un poder visible, de un hombre, de un tirano. En Antígona González ¿a qué poder se enfrenta? ¿Cómo lo nombraría usted? ¿Qué rostro le da?
Voy a usar otra vez las palabras de Sara. Ella dice: “Supe que Tamaulipas era Tebas y Creonte, con este silencio amordazándolo todo”. Menciono Tamaulipas porque el caso específico del texto es San Fernando, en Tamaulipas, pero no es exclusivamente Tamaulipas ya. Pero es ese silencio, yo diría. Creonte, que en la Antígona de Sófocles es ese poder autoritario, intransigente, yo diría que aquí es el silencio, la doble desaparición que sufren las víctimas, las personas desaparecidas, sus familias, y todo el país, porque esto tiene que ser nuestro dolor también. Es el silencio, el que vivamos como si no está pasando, el que no se tomen acciones radicales para detenerlo ya.
Casi son sólo mujeres en esta producción ¿Qué representa trabajar casi sólo con mujeres, después de que en sus últimos trabajos se ha enfocado en dar una visión feminista a sus roles?
Bueno, tenemos la participación de Víctor Zapatero en la escenografía y Alejandro Castaño en la en la música. Pero, efectivamente, ha sido una labor de muchas mujeres. Y, además, ha sido muy bonito porque se ha ido tejiendo, bordando, voy a usar ese verbo porque es importante para la puesta en escena y para las personas buscadoras también bordar. Hemos ido bordando colectivamente el trabajo, cada quien desde lo que le toca. Y es algo muy femenino, también la acción de bordar es muy femenina. Y si se siente que últimamente he escogido textos que tienen que ver con la lucha de las mujeres es porque pienso que la lucha de las mujeres no es nada más de las mujeres, que el movimiento de las mujeres, con cada éxito que va consiguiendo, también abona para una mejor sociedad. El movimiento de las mujeres, es un movimiento también para los hombres, estoy convencida de eso.
Son dos tragedias con dos mil quinientos años de diferencia. ¿Por qué la tragedia sigue fascinando, sigue atrapando a la gente en el arte y no podemos salir de la tragedia en la realidad?
Sin lugar a dudas la comedia es ese otro género mayor en el que hay muchísima sabiduría y, bien hecho, yo diría que es la mejor de las formas de la teatralidad. Pero la tragedia, cito a María Zambrano, la seguimos oyendo. Cada generación se confronta con la tragedia clásica de una manera distinta, pero siempre está ahí. Cada generación va a tener que contar su propia Antígona, su propia Orestiada, va a tener que contar su propia Lisístrata, porque, por alguna razón, hasta ahora, así nos lo ha demostrado la historia, no terminamos de superar los asuntos, solamente se presentan de una manera distinta.
En Antígona González interpreta a muchísimas voces, gente que no conoce, pero que sus testimonios son reales, son personas, no personajes. ¿Cómo puede darles en su cabeza, y después proyectarlo al público, tangencialidad, volumen, rostros, que es lo que vemos, incluso en este momento que estamos hablando?
De entrada, desde el absoluto respeto, partiendo de que no puedo alcanzar a conocer la dimensión de su vivencia. Y entonces se trata, sobre todo, de prestar la voz, el cuerpo, el tiempo y el corazón para decirlo en voz alta, para compartirlo. Yo he escuchado de algunas personas buscadoras que dicen: yo quiero que me escuchen en todos los lugares en los que me quieran escuchar. Entonces aquí lo que estamos haciendo es abrir un espacio para esa voluntad que yo he sentido que estas personas piden.
¿Cómo se siente de poder llevar a Antígona González a España después de montarla en México? Me parece que habrá una recepción radicalmente distinta a la de México, donde nos hemos estado acostumbrando a esta violencia.
Pues sí. Es muy importante también salir de México para contar estas historias. Otro texto que tiene Sara en su libro es: “Quiero nombrar las voces de las historias que ocurren aquí”. Aunque también sabemos que España ha tenido su propia crisis de desapariciones, no por nada María Zambrano, que es dramaturga y filósofa española, está tan citada en Antígona González. Porque ella también escribió La tumba de Antígona desde un grito hacia el dolor de la Guerra Civil española. También ahí tienen su propia tragedia. Me parece muy importante poder salir y que se escuche lo que está pasando aquí.
Antígona es un arquetipo del teatro clásico griego. ¿Le gustaría que Antígona González se convirtiera en un arquetipo de la carrera de Marina de Tavira?
Bueno, yo, la verdad, quiero pensar que el teatro es el lugar en el que alzo la voz para aquellas cosas que me resultan terriblemente dolorosas. Pero la existencia humana es compleja porque al mismo tiempo es maravillosa, y también hay que cultivar el gozo y mientras estemos vivos hay que tratar de ser felices, sin silenciar el horror, como esa combinación, la alegría de vivir. Y, al final, hacer teatro para mí también es celebración de vida, incluso en esta obra. Es la celebración de que estamos vivos y de que nos podemos reunir y que podemos ir al teatro y que nos podemos sentar junto a alguien más a escuchar un texto, aunque sea doloroso.
¿La ética es la fuerza que confronta a la tragedia? ¿Qué rol juega la ética en Antígona Antígona González?
Hay distintas definiciones de lo que es la ética, yo la distingo de la moral. Pienso que la moral es como ese conjunto de reglas impuestas por el exterior, por un sistema que hay que seguir. La ética es eso que nos hemos apropiado, que hemos interiorizado y que para nosotros es nuestra conciencia, lo que distingue al bien del mal. Y cada quien construye ese código individualmente y vive de acuerdo a ello, en los mejores casos. Hay que tratar de vivir de acuerdo a ese código que nos hemos formado. Y por eso digo que Antígona es para mí el personaje ético por excelencia, porque vamos, si lo pensamos dos veces, ¿qué hubiera pasado si no entierra a Polinices? Pues finalmente también hubiera regresado a ser polvo, como todos vamos a regresar a serlo. Sin embargo, esa acción simbólica para ella era importante. Su conciencia no la dejaba vivir sin hacerla, a pesar de que sabía que eso la iba a llevar a la muerte. Y para mí eso es la ética, son aquellas cosas que no podemos no hacer. Yo no soy un personaje trágico, soy una persona mundana, soy una actriz de teatro, no soy Antígona para nada, pero sí, podría decir que sí.