En medio de un local decorado con figuras prehistóricas, los dinosaurios parecen cobrar vida. Sin embargo, no rugen ni caminan: se sirven en plato y están hechos de masa y relleno. Son las famosas Dinoquesadillas, un platillo que ha transformado la manera de disfrutar una comida tan tradicional como la quesadilla, convirtiéndola en una experiencia única que combina sabor, creatividad y un guiño a la historia natural de esta región que alguna vez fuer pisada por aquellos gigantes hoy extintos.
Antonio Arrinda, gerente y encargado de la sucursal de Saltillo, recorre el local mientras observa cómo los clientes disfrutan entre risas y fotografías su visita al lugar. Relata que estas peculiares quesadillas nacieron en pleno centro de la capital coahuilense gracias a la creatividad del chef Abraham Padilla, quien, durante una pausa en su jornada laboral, decidió experimentar. En lugar de la clásica tortilla redonda, moldeó una figura que recordaba a un dinosaurio.

El resultado fue tan llamativo que sus amigos lo compartieron en redes sociales. “De ahí sus amigos lo comparten por Facebook, se vuelve viral y ya no se dio abasto con los pedidos”, recuerda Arrinda. Lo que comenzó como un experimento improvisado pronto se convirtió en un fenómeno culinario.

Dos sucursales y un arraigo cultural
Hoy, las Dinoquesadillas cuentan con dos puntos estratégicos: la matriz en San Antonio de las Alazanas, en la sierra de Arteaga, y una sucursal en Saltillo, que cada fin de semana recibe a familias enteras, turistas nacionales e incluso visitantes extranjeros.
La idea no pudo haber encontrado mejor contexto. El norte de México, y en particular la región de Coahuila, es conocida mundialmente como territorio de dinosaurios, pues en distintos puntos se han hallado fósiles que atestiguan la riqueza paleontológica de la zona, y el Museo del Desierto, en Saltillo, es prueba del interés que despierta esta herencia.
“Desde pequeños hasta grandes, ¿a quién no le gustan los dinosaurios? Y aquí en el norte somos tierra de dinosaurios”, explica Arrinda, convencido de que el éxito del platillo también radica en esta conexión cultural. De alguna manera, los comensales no solo comen una quesadilla: forman parte de un relato que une a la gastronomía con la identidad local.

Hechas a mano, pieza por pieza
Lejos de ser un producto fabricado en serie, cada Dinoquesadilla es el resultado de un proceso 100% artesanal. Primero se prepara el relleno, que puede ser de carne, vegetales o queso. Luego se enfría y se convierte en una esfera. Sobre esa base, la masa comienza a tomar forma con la ayuda de manos expertas que moldean cabezas, colas, patas y hasta picos de dinosaurio.
“Primero hacemos la cabeza y el cuello, con un poco de agua vamos moldeando. Ya después las extremidades y la cola. Todo a mano”, explica Janet Moreno, una de las cocineras, mientras sus dedos transforman la masa en un T-Rex listo para entrar al comal.
Actualmente, la carta ofrece nueve rellenos diferentes: desde la clásica de queso hasta opciones más elaboradas como pastor con queso, barbacoa, pollo en diferentes estilos y hasta una alternativa vegana de garbanzos, papa y chícharos. La innovación también es constante, pues los clientes suelen pedir combinaciones nuevas y los cocineros buscan dar respuesta a esos gustos.

Una experiencia que va más allá del sabor
El atractivo de las Dinoquesadillas no está únicamente en el sabor. La experiencia comienza desde el momento en que los visitantes cruzan la puerta y se encuentran con un ambiente temático: dinosaurios en las paredes, figuras en exhibición y un menú que invita a imaginar que se está comiendo un fósil recién descubierto.
“Se ve un brillo en los ojos de la gente desde el momento en que entran”, asegura Arrinda. Los niños son quizá los que más disfrutan la visita, pues no solo reciben un platillo en su mesa, sino un recuerdo que combina diversión y comida. No es raro que los padres tomen fotografías y videos que después circulan en redes sociales, multiplicando la fama del lugar.

Éxito entre turistas y locales
Los viernes, sábados y domingos son los días de mayor afluencia. En la matriz de San Antonio de las Alazanas, un pueblo rodeado de montañas y clima fresco, la espera puede ser larga, pero la mayoría de los visitantes considera que vale la pena. En esa sucursal incluso colocaron un mural donde los clientes firmaban para dejar constancia de su paso; sin embargo, tuvo que renovarse varias veces porque el espacio se llenaba rápidamente de nombres y dedicatorias.
En Saltillo, la dinámica no es distinta. Familias de distintas colonias acuden a probar este invento local, mientras que turistas de estados vecinos lo incluyen como parada obligatoria en su visita. No faltan quienes llegan de Estados Unidos o de otras partes del mundo atraídos por publicaciones en internet que recomiendan a las Dinoquesadillas como un “imperdible” de la región.

Un bocado que ya es parte de la identidad local
Con piezas que superan los 300 gramos, las Dinoquesadillas no son solo un alimento: se han convertido en parte de la identidad contemporánea de Saltillo y de la región. En un estado donde el asado de puerco, las carnes y los guisos típicos marcan la tradición, esta propuesta demuestra que también hay espacio para la innovación sin perder el arraigo.
Además, representan un ejemplo de cómo una idea creativa puede convertirse en una empresa sólida y reconocida en pocos años. Lo que nació de la ocurrencia de un chef en un descanso laboral, hoy es un símbolo de ingenio, de orgullo local y de cómo la gastronomía puede ser un puente entre cultura, turismo y economía.
Las Dinoquesadillas nos muestran que la comida no solo se come: también se cuenta, se comparte y se transforma en parte de la memoria colectiva. Y en Saltillo, tierra de fósiles y dinosaurios, nadie lo ha entendido mejor que ellos.
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