En el Diccionario del Español en México, el adjetivo chillón tiene varias acepciones, entre ellas: “Persona que se apresura a delatar a alguien, sin que nadie se lo pida”. A estas personas también se les llama chilletas o acusones. Lo hacen para quedar bien, para presumir lealtad, ganar protección o favores —como, desde el sexenio pasado, sucede con frecuencia en las conferencias matutinas en Palacio Nacional, donde algunos youtuberos no pierden la oportunidad de señalar con dedo flamígero a periodistas e intelectuales críticos de su manifiesto servilismo o de los errores y abusos del gobierno, buscando el amparo o la aprobación de la Presidenta, quien los apapacha y reconforta como lo haría una madre comprensiva con sus hijos incapaces de enfrentar a sus adversarios ellos solos, para eso, desde luego, necesitarían el valor y los argumentos de los cuales carecen.
El cartujo recuerda su infancia en una tierra de comanches, en un barrio donde ser chillón era pecado mortal, no solo en la calle sino también en la casa. Pero los tiempos han cambiado y ahora los chillones del bienestar se quejan y acusan públicamente en “La mañanera”, ese “espacio de debate” poblado de elogios, chivatazos y descalificaciones, donde de vez en cuando se desliza una crítica o se suscita una polémica. Si no existiera “La mañanera” —dice Claudia Sheinbaum—, ¿cómo podría ella aclarar las informaciones falsas o malintencionadas de algunos medios?, ¿cómo podría hablar de sus logros y compromisos cumplidos?
A estas interrogantes, el monje agrega una categórica certeza: tampoco podría consolar a quienes la toman como paño de lágrimas. El miércoles recordó cuando un youtubero acusó a un periodista de hablar mal de él. Le respondió: “Oye, ¿de qué te preocupas, si a él lo leen tres y a ti te leen cien mil”. El quejicas, al parecer llamado Hans, quedó satisfecho con el espaldarazo presidencial y el endoso de cien mil lectores. Por cierto, ¿alguien sabe dónde escribe? ¿Cuál es su historia más allá de las mañaneras, donde, como otros iguales a él, practica el humillante pero redituable arte de la genuflexión?
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.