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En mi Proyecto Wittgenstein llegué ya al fragmento 225 de las Investigaciones filosóficas (en total son 693) que, por fortuna, es comprensible: “El filósofo cura una pregunta; como una enfermedad”. En inglés dice treats; en alemán (idioma que desconozco) behandelt. Yo tendría que haber puesto “atiende” o “se encarga”, pero decidí resaltar la semejanza que establece Wittgenstein entre una pregunta y una enfermedad e incluso enturbiar la analogía introduciendo la posibilidad de que la pregunta sea incurable por hipocondriaca, en cuyo caso un buen filósofo dará con rapidez su diagnóstico: “el trastorno es gramatical. Juego de lenguaje. Se recomienda buscar reglas o, si no se hallan, deducirlas”. El fragmento 216 señala que no hay mayor ejemplo de una frase inútil que “una cosa es idéntica a sí misma”; sin embargo, añade, al menos se conecta con la imaginación, como si “pusiéramos una cosa dentro de su propia figura y viéramos que cabe”. La frase contiene implícita la pregunta a la que responde. Wittgenstein dibuja una mancha en la página: ¿lo que representa cabe en el hoyo rodeado de blanco? Un filósofo astuto, queriendo pasarse de listo, responderá que sí, aunque hará hincapié en que se trata de una trampa, pues el dibujo se hizo antes que la cosa: estaba ahí esperándola, lo cual no es cierto. El hueco donde se meterá la figura es posterior; de otro modo no habría manera de crearlo. Por eso la frase acerca de la identidad resulta absurda: aquello que define la antecede.

Los sinónimos provocan complicaciones. No sé si toda cosa sea una figura, tampoco si Wittgenstein le habría restado inutilidad a su ejemplo empleando sustantivos específicos: “el agua es idéntica a sí misma”, “el vidrio es idéntico a sí mismo“, “mi mano es idéntica a sí misma”. Veo el agua, veo el vidrio, veo mi mano. Parecen ser lo que son. Quizá la forma altere el fondo; el tiempo, la percepción. El agua de ayer no es igual a la de hoy. El vidrio está roto. Mi mano está rasguñada. De la identidad puede pasarse a la anécdota o a la historia. En ninguna instancia dejará de haber problemas gramaticales o juegos de lenguaje. Conviene, por lo tanto, avanzar retrocediendo, mirando siempre para atrás. Si bien existe el riesgo de estancarse, quizá se evite o postergue escribiendo párrafos muy breves, como lo hace David Markson en La amante de Wittgenstein: “El gato en el Coliseo era negro, estoy casi segura, y levantó una de sus patas como si se hubiera lastimado”.

Para Wittgenstein los filósofos son una tribu salvaje, primitiva. Cuando oyen cómo habla “la gente civilizada, le atribuyen una falsa interpretación y a partir de eso llegan a conclusiones de lo más raras”. Sugiere que el uso de palabras como “experiencia” o “mundo” sería más provechoso si se le dotara de una humildad similar al de “mesa”, “lámpara”, “puerta”, y advierte: “la mentira es un juego de lenguaje… debe aprenderse como cualquier otro”. Que no tenga pies ni cabeza, no significa que no sea un cuerpo.


AQ / MCB

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Tedi López Mills
  • Tedi López Mills
  • Ha publicado numerosos libros de poesía, además de cuatro volúmenes de prosa.
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