En Tampico, donde el aire huele a sal y a recuerdos viejos, hay historias que no se encuentran en internet o libros, pero se murmuran en voz baja en reuniones, quizás para sacar una risa asustadiza. Una de ellas es la del comerciante y un ropero, un mueble que, dicen, guardó un secreto que todavía respira entre las calles del centro. Una leyenda del sur de Tamaulipas poco conocida.
Cuentan por ahí las malas lenguas que todo ocurrió hace más de un siglo, cuando el puerto era un hervidero de barcos, comerciantes y soldados. En aquellos días, un capitán marítimo llegó al negocio de un hombre honrado, un comerciante de mirada cansada. El oficial traía consigo un paquete envuelto en tela oscura y un silencio más pesado que el aire del mediodía.
No pidió permiso, así que ordenó que aquel bulto fuera guardado “en el cuarto del fondo, dentro del ropero grande”.
El comerciante no preguntó. En tiempos de guerra, las preguntas podían costar caro. Así que obedeció, y el objeto quedó allí, detrás de la puerta de madera, donde solo entraban el polvo y la penumbra.
Durante las primeras noches, nada ocurrió. Pero luego empezaron los susurros.
La esposa del comerciante juró haber oído golpes suaves desde el interior del mueble, como si alguien tocara la madera desde adentro. El gato de la casa no volvió a acercarse a ese rincón, y los clientes, sin saber por qué, evitaban mirar hacia el fondo del local. Algunos decían que el paquete contenía oro robado, otros, documentos secretos y los más supersticiosos aseguraban que el militar había encerrado el cuerpo de alguien a quien quería desaparecer del mapa.
Un negocio que fue consumido por el tiempo
Pasaron los meses, luego los años, y el militar jamás regresó. Tampico cambió, el comercio floreció, y el viejo local siguió allí, con su ropero intacto, envejeciendo como si respirara con la ciudad.
A veces, cuando el norte soplaba fuerte y hacía temblar los postigos, los vecinos escuchaban un crujido en el interior del mueble, un sonido leve pero persistente, como si algo se moviera dentro, reclamando ser recordado.
Dicen que el comerciante, ya viejo y enfermo, pidió en su lecho de muerte que nadie abriera ese ropero, “porque lo que guarda no es de este mundo”.
El ropero ante el tiempo
Después de su muerte, el local fue vendido, remodelado y olvidado, pero el mueble quedó allí, cubierto con una sábana amarillenta que ningún empleado se atrevió a tocar. Aquel quien intentó moverlo sintió que la madera se aferraba al suelo, como si echara raíces.
Una noche, cuentan, un trabajador curioso levantó la sábana. Lo que vio lo dejó mudo; en el espejo interior del ropero había una sombra reflejada que no era la suya.
Los rumores persisten hasta el día de hoy
Desde entonces, el lugar se volvió punto de rumores. Hay quienes aseguran que el ropero aún existe, escondido en algún viejo edificio del centro de Tampico, entre el río Pánuco y las voces del pasado.
Otros dicen que fue destruido, pero que su historia sigue repitiéndose, una y otra vez, porque los secretos, cuando se guardan demasiado tiempo, aprenden a vivir por su cuenta.
¿Es real lo del ropero?
Y así, entre el silbido del viento y el rumor de las olas de miramar, la gente todavía pregunta en voz baja:
¿Será cierto lo del ropero?
Nadie lo sabe. Pero cada vez que una puerta cruje en la noche, Tampico recuerda que hay cosas que no deben abrirse, aunque la curiosidad queme por dentro.
JETL