Policía

La escucha radical

“Ella venía con ese caudal de palabras que no se detenía. Y yo lo iba recogiendo”.  Especial
“Ella venía con ese caudal de palabras que no se detenía. Y yo lo iba recogiendo”. Especial

¿Qué era lo más difícil de escuchar? —pregunto a Leila Guerriero sobre La llamada, el libro en el que retrata a Silvia Labayru, sobreviviente de la dictadura argentina.

La cronista lo piensa apenas un segundo. Luego responde:

—Mi primer instinto es decirte que nada. Cuando yo estoy escuchando no hay nada que me resulte difícil de escuchar. Al contrario. Cuanto más me cuenta la gente, cuando siento que están entregados a contar su historia… siento que depositan en mí una confianza y que hay algo que está saliendo bien.

No digo que yo esté haciendo bien algo: hay algo que está saliendo bien. Porque siempre es un vínculo, ¿no? No es que yo hago las preguntas correctas… Se genera un “algo” que no es un campo de batalla. Nadie está tratando de ser más inteligente que nadie, ni de ser más valiente, ni de demostrar nada.

En esta respuesta que Leila me dio durante nuestra conversación en la Feria Internacional del Libro de Monterrey está un método: el del vínculo, la confianza, la entrega, el desgaste, el de una escucha radical.

***

—Es una escucha muy agotadora —precisa Leila—. De altísima intensidad. No es una escucha normal, de conversación entre amigos. En ese tipo de charla, una atención más flotante puede ser suficiente. Acá no. Acá vas guardando en el cajón de atrás del cerebro cosas sobre las que querés volver, y a la vez tenés que hacerle entender al otro que lo estás escuchando perfectamente. Y mientras tanto… seguís. Es sumamente agotador.

A Leila no le sorprendió el horror que sufrió Silvia en la ESMA. Lo conocía. Por historia, por profesión, por naturaleza. “Nada de lo que me contó Silvia me resultó particularmente shockeante”, dice. No porque no fuera atroz. Sino porque ella —periodista, argentina, estudiosa de la dictadura— ya lo había leído todo.

O casi todo.

“Además —dice— tengo una naturaleza que no se deja impresionar fácilmente. Combinada, eso sí, con una sensibilidad fuerte. Porque si no, no podría hacer esto. Pero esa sensibilidad no me afecta a mí: nunca me siento vulnerada por el relato del otro”.

Lo que sí le costó fue otra cosa, lo que agota, dice, es algo más sutil: la reiteración.

“Silvia hablaba durante media hora o 45 minutos, obsesivamente, del programa de vacunas, o de las dificultades para sacar un pasaje a Gran Bretaña. Cada vez que la entrevistaba sabía que venían 45 minutos de todo eso que ya me había contado… y que ella me volvía a contar como si nunca me lo hubiera dicho”.

Leila habló/escuchó con/a Silvia durante un año y siete meses, en plena pandemia. Y aunque las obsesiones de su retratada iban cambiando, el ciclo era el mismo: largas repeticiones, quejas, enojos, obsesiones. “Otra vez me va a contar la historia del pasaje, la vacuna, la PCR… otra vez me va a hablar de ese periodista… otra vez me va a preguntar si se puede mezclar la ficción con la realidad…”. Leila sabía que todo eso debía estar en el libro. Era parte de la materia viva de Silvia, de su carácter.

“Cuando uno entrevista a una persona para hacer un perfil, no se trata de borrar los aspectos que nos incomodan. Esa reiteración, esa rumia, tenía que estar en el libro. Porque forma parte de su carácter profundamente obsesivo”.

Le pregunto entonces por otro tipo de tensión: la que se da cuando alguien como Silvia, una sobreviviente, empieza a abrirse de forma total. ¿Qué silencio te pusiste tú como escritora cuando viste ese caudal? ¿Qué cuidaste?

—No la cuidé —responde— en el sentido de que no estaba ahí para hacer una exculpación. No estaba para protegerla. El libro intenta contar su historia y mostrarla como lo que es… y como lo que no es. Silvia ha rechazado siempre ponerse la etiqueta de víctima. No ha hecho de su vida una victimización permanente. Es una mujer ambigua, contradictoria, inteligente, con un humor increíble, muy bien plantada, lectora, con una alta estima. Todo eso tenía que estar.

Y sin embargo, hubo un momento en que Leila sintió que sí debía proteger algo. No a Silvia directamente, sino a alguien más. A otra mujer, cuyo nombre Silvia mencionó como parte de una denuncia de abuso sexual, sin que esa mujer estuviera presente, sin pedirle permiso, y con una mezcla de indignación y deseo de revancha que Leila sintió como peligrosa.

—Yo ahí dije: esto no lo voy a escribir. No tengo por qué decirle lo que voy a hacer con lo que me cuenta. Ella no me pidió que no lo pusiera, pero lo sentí como un momento… de esos que vienen de un lugar de ira. Y no le puedo hacer eso, no a Silvia, sino a esa otra mujer. Fue un cuidado. Con la otra persona, pero también con la propia Silvia.

 

***

En este punto de la charla, hablamos también del riesgo de convertirse en vocera de una sola versión. “Todo el tiempo —dice— me preguntaba si no había cierta manipulación de parte de Silvia. Y me preocupaba mucho no encadenarme a su show”, explica citando a los Redonditos de Ricota. Por eso buscó otros testimonios. Voces que contradijeran, que aportaran grises, que dijeran “esto no fue así”. Voces que no la dejaran tan bien parada.

Leila no quiso que el libro tuviera una sola línea narrativa, un solo tono. La llamada no busca reivindicar ni acusar: busca mostrar. No eliminar lo incómodo, sino mostrarlo con fidelidad.

—Me decías —pregunto ahora a Leila— que la reiteración fue difícil, pero también me queda claro que hay una dimensión terapéutica para Silvia en esa reiteración. Algo que se desborda. ¿Cómo lo viviste tú?

—Sí. Silvia venía con ese caudal de palabras que no se detenía. Y yo lo iba recogiendo. A veces uno se pregunta si no hay cierta manipulación, cierta manera de narrarse para imponer un sentido. Pero ahí también está el trabajo del periodista: no comprar el relato, sino interrogarlo, buscar otras voces, dejar que se vea su estructura.

En contraposición a ello, menciono el caso de uno de los cronistas más célebres de México, don Julio Scherer, que en no pocos de sus estupendos perfiles hacía hablar igual a un presidente que una reina del narco o a un guerrillero.

Por el contrario, Leila escribe escuchando contra lo verosímil impuesto, contra la falsa coherencia, contra la elocuencia que suaviza lo real. Su escritura es una escritura del testimonio rugoso, contradictorio, inacabado…

Una escritura que surge de la escucha radical. 

(CONTINUARÁ…)


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Diego Enrique Osorno
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